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La tristeza, la apatía y/o la falta de ilusión son la fuente de nuestro agobio.
En nuestros pensamientos predomina el pesimismo y nos vemos incapaces de encontrar algo positivo en nuestro día a día.
Nos sentimos solos o incomprendidos, con cierta sensación de desazón.
Los miedos mandan en nuestra vida condicionándonos la cotidianeidad.
Pensamientos recurrentes no nos permiten un respiro, y no conseguimos para de darle vueltas a la cabeza.
Las situaciones nos desbordan emocionalmente y lo que nos sale es la rabia o el llanto incontenido.
Nuestro cuerpo empieza a protestar, los médicos no logran un diagnóstico orgánico para los síntomas y ponen la etiqueta de estrés.
La estabilidad y serenidad no aparece en nuestras vidas y por lo tanto gozar de ella se hace muy difícil.
La comunicación me supone un distanciamiento de los demás.
Sentimos haber perdido el control sobre el bienestar en las situaciones con nuestros seres queridos (pareja, hijos, familiares, amigos,...)